Segundo Capítulo
Alicia nadaba en sus propias lágrimas cuando delante de ella apareció un ratón.
– Hola, Señor Ratón. Estoy cansada de nadar. ¿Sabe usted cómo puedo salir de estas aguas?
– ¡Qué animal tan extraño! – dijo el ratón. – No tenés cola larga, ni orejas grandes, ni hocico.
– Yo no soy un animal, por eso no tengo cola, la que sí tiene cola larga es mi gata Dina… – el ratón se puso pálido – ¡Uy! Perdone, me olvidaba que ustedes no se llevan muy bien con los gatos.
– ¡¿Llevarnos bien?! – gritó con voz aguda – ¿Qué opinarías vos de los gatos si fueras un ratón? – y dando media vuelta se alejó ofendido. Alicia lo siguió.
– Perdón, Señor Ratón, no se vaya, espere…
Pronto llegaron a la orilla, y junto a ellos descubrieron un montón de animales con pelos y plumas de colores. Estaban empapados, entonces un loro propuso:
– Hagamos una carrera para secarnos.
– ¿Una carrera? – preguntó Alicia.
– Sí, una carrera. Hay que correr para ver quién gana, y mientras corremos el agua se escurre y nos secamos.
Inmediatamente todos los animales empezaron a correr. Corrían en círculos, yendo y viniendo, sin ningún orden.
– ¿Qué hacen? – preguntó Alicia. Ninguno le contestó, y en cambio la empujaron y la hicieron correr también. De repente el loro dijo:
– ¡Basta!, se acabó la carrera. – y todos los animales se detuvieron.
– ¿Quién ganó? – preguntó Alicia que no entendía nada.
– ¿Quién ganó? – repitió el loro – ¡Todos!, por supuesto, todos ganaron.
– ¡Qué bueno! – dijo un pato – ¿Y quién reparte los premios?
– ¿Los premios? – repitió el loro de nuevo, mirando para todos lados – ¡Ella! – y la señaló a Alicia.
Por suerte, Alicia llevaba una caja de confites en el bolsillo, y aunque la caja estaba mojada, los confites todavía estaban ricos. Los estaba repartiendo, cuando volvió a ver al conejo blanco que se acercaba como buscando algo.
– Hola, Señor Conejo, ¿qué busca?
– ¡Mariana! ¿Qué hace acá? Vaya ya mismo a casa a buscarme otro par de guantes.
Alicia quería explicarle que ella no era Mariana, pero el conejo no le dio tiempo y le señaló la dirección de la casa gritando:
– ¡Ya mismo, Mariana!, ¿no ve que es muy tarde?
Alicia obedeció inmediatamente.